¿Es verdad?
¡No! Habéis exagerado las cosas. Claro, claro, el boca a boca lo exagera todo y al final se crean unas leyendas... ¡En absoluto! Lo que pasó fue desagradable, pero no hubo insultos propiamente dichos, ni muchísimo menos amenazas. No llegó la cosa tan lejos.
Recibí un mensaje en el que su autor utilizaba el nombre de un compañero. Fue mezquino, muy mezquino. Lo peor es que es probable que lo que quisiera es crearle un problema a su propio compañero. Muy triste, la verdad.
Porque claro, utilizar un recurso educativo para tratar de meter en un lío a un compañero... Feísimo. Pero en cuanto se aclaró que la persona no era la que parecía ser me olvidé por completo. La verdad es que no le he dedicado ni un minuto más de mi tiempo a darle vueltas.
Claro, el rumor de boca en boca, al final... Pero, de verdad, no exageremos las cosas. ¿Amenazas? A mí una situación así no me ha pasado nunca; no es normal.
Si lo piensas bien, no tendría ningún sentido. ¿Qué es lo peor que le puede hacer un profesor a un alumno? ¿Evaluarle un examen con una nota con la que el alumno no está muy de acuerdo? Pues no es tan grave como para ir por ahí amenazando a nadie, como si te hubieran matado a un hijo o algo así. Las cosas se resuelven de otra manera. La violencia es siempre el peor de los caminos. Y encima sólo hace daño; nunca resuelve nada.
Además, cuanto mejor relación tengamos alumnos y profesores mejor para todos. Para vosotros por que aprendéis y para nosotros porque nos sentimos a gusto enseñando ¿no?
Fíjate, yo ni me acordaba del célebre mensaje. Y vosotros habéis creado una especie de leyenda: que si un personaje misterioso ha amenazado a Eduardo, que si el profe tiene miedo y sale de su casa mirando las esquinas por si le sale un agresor. ¡Habéis visto muchas películas, me parece a mí! Ja, ja. Pues yo salgo de mi casa por la mañana con sueño, como todo el mundo. Y ahí se acaba la historia. Pero qué va, si vosotros, en 1º, sois unos alumnos muy “salaos”; nada desagradables, ¡qué va! Si no tenéis ni edad para ser malos. Los malos de verdad no son los jóvenes:; los malos son algunos adultos. Y menos mal que son los menos. La mayoría de la gente no es violenta. Y vosotros tampoco.
-¿Y hay algún alumno que le haya llegado muy adentro, por el
que sienta mucho aprecio?
Sí, hombre, sí. Uno no, muchííísimos. Pero, claro, no te voy a dar nombres. No tendría páginas suficientes vuestro periódico para todos. Mira, ya ha tocado la sirena. Lo que sí te confieso es que guardo las fotografías de los alumnos a los que he dado clase durante estos 18 años que llevo de profesor. Es como un álbum de recuerdos. Y lo que más me gusta es encontrarme por la calle con un antiguo alumno hecho un hombretón. Me da un orgullo, una satisfacción, que no te puedes imaginar.
¿Y tienes otro hobby aparte de leer?
Bueno, para mí leer no es un “hobby”(¡Qué palabra más horrorosa!). Un “hobby”es coleccionar sellos o jugar al fútbol los domingos. La lectura es mucho más; es una pasión. Para un escritor leer y escribir son dos caras de la misma moneda. Todos los escritores empezamos a escribir por admiración hacia lo que leemos; somos voraces lectores. Después empezamos a leer para alimentar la propia escritura.
Sí tengo otra afición. Durante años toqué la guitarra eléctrica, también la acústica. En la facultad tuve mis grupos y la verdad es que lo pasamos muy bien. Lo dejé durante unos quince años. Fue cuando hice las oposiciones; luego perdí la costumbre. Este último verano saqué las guitarras del trastero y estoy fascinado; he vuelto a descubrir la música. Estoy tocando casi todos los días y disfruto muchísimo. Ahora me propongo aprender lo que en su momento no llegué a conseguir por la necesidad de dedicarme a buscarme la vida laboralmente. Toco blues, rock and roll, un poco de bossa nova... Me gusta mucho el blues clásico, pero también Lynyrd Skynyrd, Jimy Hendrix, los Rolling y, cuando me pongo más guerrero, ACDC.
Y, aparte de leer, ¿usted ve la televisión?
Claro, claro que la veo, pero intento controlarla. La televisión en exceso te vuelve idiota. Es peligrosa porque es como un narcótico, te deja adormecido. ¿Has pensado en la cantidad de cosas que podrías hacer mientras pierdes el tiempo delante del televisor? La veo, pero controlo la cantidad que tomo, elijo lo que quiero ver. Veo la televisión un poco por la noche, cuando ya estoy cansado de estudiar, tocar, leer y escribir. Ya no me da la cabeza para más y, cuando veo la tele me sirve para desconectar, antes de meterme en la cama.
Pero veo más cine que televisión, propiamente dicha. El cine me encanta. He visto más películas que libros he leído. Las saco del vídeoclub, no de internet. No descargo las pelis porque tarda mucho, muchas veces es de mala calidad, el sonido no funciona. Prefiero ir al vídeoclub y alquilar unas cuantas; soy socio, tengo abono y no es caro. El DVD ha sido un buen invento: convierte tu salón en un cuarto de cine. Así que uso la tele sobre todo para ver DVD. Me conozco todos los clásicos, y los que no los voy buscando. Estoy pendiente de todo lo que sale y, claro, también voy al cine cuando tengo oportunidad. Pero selecciono las pelis que veo en el cine entrando en webs de buena crítica cinematográfica. También del cine aprende un escritor.
¿Le gustan las niñas o los niños?, ¿tienes hijos?
Me encantan los niños de los demás, pero no he tenido hijos. No he sentido nunca esa necesidad. A veces pienso que, precisamente porque soy profesor, la desarrollo ya de algún modo en mi profesión. No todo el mundo tiene la suerte de tener contacto con gente joven todos los días. También es cierto que no he querido sacrificar mi tiempo de escritura. He preferido dedicarme a mis cosas. Lo que me gustaría es ser abuelo directamente, sin tener que pasar por ser padre primero. Todas las alegrías y ninguna de las responsabilidades. Es imposible, claro. De hecho tengo una sobrina y hacer de “tito” me encanta. Es un poco como lo de ser abuelo: buen rollito todo el día, pero luego puedo volver a casa y dedicarme a mi arte.
Y, volviendo a la relación con los alumnos, siento que la gente joven que tengo alrededor me da sangre nueva, me dais una savia que no tendría en otra profesión. Miro gente de mi edad que trabaja en otras cosas y están muy envejecidos, muy serios, muy aburridos, y muchos de ellos no tienen energía. Sólo piensan en pagar facturas, en consumir. He conservado mis sueños de juventud: siempre tengo un nuevo proyecto en el que estoy metido de lleno, un libro que escribir, una ilusión. Nosotros, los profesores, tenemos una suerte tremenda.